La infancia. Época de inocencia, de juegos, de sueños y esperanzas. Época de risa fácil y razonamiento claro, cuando el valor de las cosas no es su precio, el valor está en la solidaridad de un amigo, la sencillez de un garabato de colores, la compañía de un perro, el placer de una golosina o el susto dulce de un cuento de miedo.
Cuando somos chicos decimos lo que pensamos, sea o no “políticamente correcto”. Nos encaprichamos hasta conseguir lo que queremos, sin conformarnos con menos. Somos curiosos, y los porqués recién terminan cuando entendemos, porque no nos da vergüenza no saber. Disfrutamos de un escarabajo, perseguimos langostas, nos comemos el granizo y chapoteamos en los charcos. El mundo nos asombra entero, y no lo analizamos, lo vivimos. Corremos porque nos gusta el viento en la cara, no porque sea bueno para entrenar. Chupamos el dulce de las galletitas rellenas y no nos importa nuestra imagen. Nos transformamos en superhéroes sólo con un cinturón de plástico y una linterna. Nos sentimos ganadores si atrapamos caramelos de una piñata y nos entristece que las flores se marchiten rápido y que las mariposas vivan poco tiempo.
Pero hay chicos que tienen que crecer de golpe, que salen a trabajar o a pedir limosnas. Que tienen frío, que comen sobras. Que aprenden demasiado rápido lo útil que les puede resultar la hipocresía. A los que nadie les lee cuentos, a los que golpean. Hay chicos que no pueden ir a la escuela, que nunca se sienten superhéroes. Que nunca tuvieron una fiesta con piñata, que a veces huelen pegamento para sentir que su mundo cambia. Que no creen en nada. Chicos que parecen adultos.
Sin embargo ahí está, en todos nosotros, la esperanza de que el mundo sea mejor: en los chicos que todavía no crecieron. En los grandes que todavía se sienten chicos. En los grandes que se saben grandes, pero no olvidan que también fueron chicos. Y que tienen claro que las cosas son más simples de lo que parecen. Que lo importante es la solidaridad, un amigo, ser honestos con nosotros primero y con los otros siempre, divertirnos, reír. Llorar si hay que llorar, jugar más seguido, escuchar los pájaros, mirar el cielo, respirar hondo, dar un abrazo, hacer lo que de verdad nos gusta. No olvidar que en las verdades simples está la vida, y que es en los chicos, en la infancia, donde podemos encontrarlas.
Cuidémoslos, acompañémoslos, dejémoslos ser. Y sobre todo aprendamos de ellos, de los chicos, que son los verdaderos maestros, porque tienen la mirada limpia y el corazón abierto. Hoy es el día de la Infancia. Volvamos a sentirnos chicos. Así, a lo mejor, el mundo se vuelve más lindo. Y así, a lo mejor, sólo importa lo importante.
( Escrito por Patricia Espósito, para el programa televisivo“A media mañana”, 2006)